lunes

Destinos

Línea 166 camino a Palermo, 11 16 am. El colectivo, repletísimo. Yo, hundidísima. No me quedaba otra. No quería viajar parada, tampoco quería ser parte de esa lucha infernal por conseguir un asiento junto a la ventana así que me senté en el piso, en el lugar asignado para personas con alguna discapacidad. No estaba cometiendo ningún crimen, al parecer de algunos sufro una grave discapacidad: no poder controlar el poder de mi imaginación.

Me senté cómodamente en una esquina en el medio del 166, me saque la campera y me dispuse a mirar al resto de la tripulación. Una anciana que me miraba despectivamente, un hombre muy barbudo de ojos mut claros, un joven deportista (que seguramente se bajaría en Vélez Sarsfield) y una doctora con una argollita en la nariz. El resto de los pasajeros estaba más allá del alcance de mi vista.

Todavía quedaba más de media hora de viaje y menos de la mitad de la batería de mi reproductor de música. Qué hacer? Realmente no deseaba estar en ese colectivo a esa hora; prefería estar en mi camita, durmiendo, soñando con algún deseo reprimido por mi inconsciente. No me quedaba otra opción. Abrí mi bolso cuadrille y saque mi arma de doble filo, la desplegué en todo su esplendor y dejé que ella se encargue del resto.

Ignorando la petulante mirada del horrible bolso verde de la anciana, me zambullí en ese río metafísico que corría por encima de las cabezas de los pasajeros e incluso del conductor. Devorando furiosamente las páginas de un libro que más de 3 veces habían sido leídas por mí, me esfumé en la ansiedad y la expectativa ante el capítulo 28.

No me importaba que el perfume a humo blanco en ayunas moleste a los grises viajeros ni que el ruido del rasgueo de mis hojas ya amarillentas termine por desconcentrar al deportista en la creación de su plan de juego.
No me importaba. No, no, no. Yo estaba ya casi flotando por encima de ellos, nadando entre sus no-tan-delgadas siluetas, suspirando con cada reproche de La Maga en sus cogotes.

El reloj se había desprendido de mi muñeca, prefería estar en manos del hombre barbudo o en el bolsillo de la doctora rebelde. Qué mas da? No me importa la puntualidad.

Una señal me bajo nuevamente a lo más hondo. Mi reproductor de música habíase quedado sin batería hacia ya mas de quince minutos y había estado leyendo y releyendo la misma hoja incontables veces.

No podía ya quedarme en mi hundido asiento entre la pared y la puerta de descenso. A mi destino había arribado. O por lo menos a mi destino físico; mi destino metafísico ya lo había alcanzado hacía 20 minutos o quizás ni siquiera lo había rozado. Ustedes saben como es lo abstracto, lo especulativo...

1 comentario:

  1. Casualidades: me tomo el mismo colectivo y me siento de la misma manera que vos, paso de pelearme por asientos y que me miren mal las señoras por no cederles el lugar cuando algunas tienen mejor estado físico que el mío. El último libro que me acompañó en el trayecto fue Paula, y me redujo el viaje a pura imaginación.
    Sea como sea, amo viajar en transportes públicos.

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